El útero se consideró en la antiguedad como si fuera un animal, pues los griegos creían que el útero se movía libremente por el cuerpo femenino, lo que originaría un "mal de la matriz" conocido como histeria (palabra que deriva del griego histèra, que significa matriz). Dependiendo de la dirección en que se desplazara el útero, se aplicaban distintos tratamientos, aunque mayoritariamente consistían en inhalar por la nariz sustancias de olor fétido (asfalto, azufre, cuerno, mezcla de lámpara, aceite de foca y castóreo) para empujar la matriz hacia abajo, mientras se aplicaban fumigaciones aromáticas por la vagina para atraerla.
El famoso médico griego Sorano de Efeso (98-138 d.C.) consiguió desterrar la teoría uterina de la libertad de movimientos, pero mantuvo la creencia de que el útero era el responsable de una serie de problemas mentales. Durante la Edad Media se denominó a la histeria como "sofocación de la matriz" y se suponía que la abstinencia sexual provocaría la retención del que pensaban era el esperma femenino y que sería esa retención la causa de la histeria pues "resulta de él un humo que asciende al diafragma, pues como el diafragma y la matriz están unidos y, como el diafragma está unido a las partes superiores y a los instrumentos de la voz, se produce la sofocación"; otras veces la retención sería de la sangre menstrual, origen del semen femenino, que se transformaría en ponzoña venenosa al no eliminarse, por lo que se volvería contra el organismo que la segrega.
Entreviendo quizá una luz etiológica, aunque basada en principios erróneos, existió una época en la que se recomendó que la comadrona se impregnara un dedo en aceite de lirio, de laurel o de nardo, que lo introdujera en la vulva de la mujer histérica y lo agitara fuertemente. Más formalmente, se aconsejaron las relaciones sexuales para eliminar el semen retenido, por lo que la maternidad acabaría transformándose finalmente en un principio higiénico, tratamiento salvador de las mujeres histéricas.
Asombrosamente la histeria siguió considerándose durante muchos años como una enfermedad del útero, hasta que el anatomista inglés Thomas Willis (1622-1675) la explicó en el año 1671 como una enfermedad cerebral; su naturaleza se conoció mejor tras los estudios de Jean Martin Charcot (1825-1893), aunque posteriormente fue el neurólogo vienés Sigmund Freud (1856-1939) quién amplió los conocimientos sobre este tema.
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