Caminamos, con mi viejo, por la playa de estacionamiento.
Es un día de calor sofocante y en el asfalto recalentado
vemos la sombra de un pájaro negro que vuela en círculos,
como satélite de nuestra desgracia.
Una multitud victoriosa, a nuestras espaldas, ruge todavía en la cancha.
Acabamos de perder el campeonato.
La cabina del auto es un horno a leña;
los asientos queman y el sol que pega en el vidrio, enceguece.
Pero no importa, como dos bonzos dispuestos a inmolarse, nos sentamos y enciendo el motor: Fabián Casas y su padre van en coche al muere.
Fabian Casas, "Cancha Rayada", 1996
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