Comenzaba octubre. Pero no este octubre, sino aquel, el de 1988.
Don Alfonso S`Entrega aun estaba en el timón, a bordo de un barco escorado que pronto encallaría. De la peor manera.
Y de pronto me entero: los redondos tocarían en Zárate.
No lo podía creer.
En el 88 Patricio Rey ya era un nombre mítico, con tres discos en la calle, pero sin la masividad del desierto posterior.
Todavía Fabi Cantilo no podía cantar "Ayer soné con Walter" ni "La bestia pop" versión Operacion Triunfo. Ji ji ji.
Los había visto un par de veces en Capital, siempre en lugares atestados donde al entrar los polis te miraban con desprecio Salir de ahí sin un rasguño, entero y con el culo sano a dos manos era todo lo que un pibe como yo, tóxicamente limpio, podía esperar. Suponía que en Zárate se podría disfrutar mejor de la banda. O al menos, escucharla sin el coro griego de mil voces afónicas y descontroladas.
No recuerdo si fue un jueves o un domingo, pero seguro que no tocaron un sábado. Poca gente.
Debajo del escenario éramos 50 monos saltando y empujándonos, la mayoría pibes de La Plata que los seguían a todos lados.
Tenían remeras pintadas a mano.
Los zarateños, no más de 40, observaban desde la barra el bizarro espectáculo. Para ellos.
Circunspectos, eran sobrevivientes de las barras de "Stress" o "Imagen", donde lo que contaba era, sobre todo, eso: mirar.
Como sucede con todos los momentos únicos, a medida que pasaba el tiempo cada vez eran más los que esa noche habían estado.
Recuerdo al Indio, claro. Casi no hablaba entre tema y tema, con una camisa oscura de hilo abotonada hasta el cuello, pidiendo una pausa para "tomar unos vinos" y después seguir. Sin la histeria que vino después. Maldición, eso era rock. Sin el peso del consorcio imaginario de desclasados atados a remeras parlantes.
Al poco tiempo, una ratonera en La Tablada marcaba el nuevo pulso. Y el compás lo puso Menem. Y Al Kassar. Y Neustadt. Y Tinelli. Todo un palo.
El audio de esa noche, completo y de consola, lo pueden bajar desde acá.
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