18.9.07

Clarin bajo la dictadura


-¿De modo que existía una cantidad de información y de denuncias que llegaban al diario pero que no se podían publicar?

-Nosotros hemos tenido, incluso, algunos problemas propios. Por ejemplo, Carlos Pérez era un editor que no trabajaba en la planta del diario, era free lance, y fue detenido. El tema fue así: comenzamos a escuchar sobre gente que era detenida o desaparecida. Para nosotros, desparecido no era la palabra, era detenido. En la confusión enorme que es un cambio de situación de un gobierno constitucional a la toma del poder por los militares, en una situación como la que vivíamos de enfrentamientos, de combate, de acciones de uno y otro lado, y en operativos que realizaban las Fuerzas Armadas, hablábamos de detención: “Está preso”; “Lo metieron preso”. Muy lejos estábamos de pensar que hubiese argentinos que tuvieran en su cabeza un sistema de desaparición, tortura y muerte de otros argentinos.

-
¿Pero, acaso no corrían rumores de que había centros clandestinos de detención?

-No. Nosotros no sabíamos dónde los tenían. Pero le aseguro que por muchísimo tiempo no supimos de los lugares clandestinos de detención. En realidad, creo que nuestra primera información procedió de gente que se les escapó, y que desde el exterior hablaban de estos temas. O sea, no nos entraba en la cabeza semejante posibilidad.

-Sin embargo, la Embajada de Estados Unidos tuvo un colaborador que se conectaba con Patricia Derián, secretaria de Estado del gobierno de Jimmy Carter, y que ayudaba recogiendo denuncias de desapariciones, muertes y torturas.

-Pero, cuando nosotros decimos “centros de detención”, estamos pensando en un sistema cuasi nazi. Nosotros escuchábamos que iban a un lugar y se llevaban a una persona, y la detenían…

-Quizás el sentido común le habría dicho “¿No estarán torturando, como se ha hecho en las dictaduras anteriores?”.

-No, ¿a ver en qué dictadura anterior se torturó y se mató? Antes se fusiló, pero esta cosa de tomar personas, meterlas en un campo de concentración, torturarlas sistemáticamente, llevarse lo niños, matar a mujeres y a hombres, tirarlos de los aviones, todo en un plan previamente establecido, que sí funcionó... No estábamos preparados para imaginarlo. Piense que veníamos de un mundo civilizado. Cada uno tenía su pensamiento político. Ya nos asombraba la locura de la pelea peronista entre la derecha y la izquierda… Piense que en 1955, el golpe de la Revolución Libertadora, 1956, con la muerte de Valle, los fusilamientos, eso ya nos espantó. Pero fueron juicios sumarísimos, de alguna manera. Después vino Onganía, los azules y los colorados, y fue una bestia con la inteligencia argentina, “la noche de los bastones largos”. Pero no se mataba como política represiva. El aniquilamiento, en el decreto que firma Raúl Lastiri, ellos lo llevaron a la práctica, por más que Lastiri y compañía digan que aniquilamiento era de las organizaciones y no de las personas. Pero ellos lo cumplieron al pie de la letra. Tenían un plan para matar a todos los zurdos, subversivos, anticristianos.

-¿Esto no llegaba acaso ni como rumor a la redacción?

-Era impensable. ¡Qué argentino podía pensar en eso! Que pudiéramos llegar a esa situación… No es que fuéramos imbéciles. Yo le pido que haga un ejercicio de introspección y me diga si imaginó en 1976 que podíamos llegar a una cosa así.

-Yo escuchaba que se estaba “chupando” gente, pero no sabía de los campos de concentración. Imaginaba, por sentido común, que los debían torturar, porque en verdad ya venía sucediendo con López Rega.

-Lo que nosotros sabíamos por entonces era lo de los asesinatos. Pero López Rega se había ido, y, supuestamente, frente al caos y a las muertes en las calles del gobierno de Isabel Perón, venían los próceres militares a poner orden. Y lograron el consentimiento de gran parte de la sociedad argentina.

(Fragmento de la nota de Jorge Halperín a Marcos Cytrynblum, Jefe de Redaccion de Clarín desde 1975 a 1990. La nota completa, aca.)

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